La cantaora sevillana triunfa en los Reales Alcázares con Pastora Galván y Antonio Reyes de artistas invitados
Aurora Vargas se presenta en esta Bienal de Flamenco de Sevilla 2024 con Mi Chacha Dolores, uno de sus tangos más conocidos y cantados por las y los gitanos, haciendo gala de su portentosa personalidad (gitanería) como cantaora.
El escenario se queda solo con las guitarra de Manuel Valencia y el violín de Bernardo Parrilla, que después de habernos entrado unas ganas locas de bailar, conducen nuestro estado de ánimo hasta la serenidad de nuestro cuerpo, como una transición que recorre las venas para desembocar en el compás de la soleá. Aurora se sienta en la silla serena y profunda. En sus letras recuerda la figura de su madre, que la hace profundizar aún más en sus adentros para darnos una explosión de cariño y fuerza que hace que su cante penetre tocando la fibra sensible del alma y poder así estremecer los sentimientos y provocar la inestabilidad del lagrimal ocular.
Después de la tormenta llega la calma, con la brisa marinera de Cádiz, con unas alegrías que hace que el público comience a balancearse disfrutando de ese ritmo fresco y suave que Aurora matiza, haciendo que el compás llegue y produzca las ganas de querer seguirlo desde nuestra sillas. Esa brisa atraca en Chiclana para que Antoni0 Reyes, junto a la guitarra de Miguel Salado, compartan una seguiriya.
Aurora Vargas vuelve a sentarse en la silla junto a Miguel Salado, para ofrecernos una seguiriya que hace que la riqueza de los metales de su voz y el trabajo del alma, se unan por el dolor de los pensamientos haciendo brotar el quejío amargo de este cante.
La última parte del espectáculo lo inicia Pastora Galván y Antonio Reyes con la guitarra de Manuel Valencia. Pastora combina las posturas clásicas del toreo para contonearse con el compás que le ofrece Antonio Reyes, envolviendo cante y baile en una espiral delicada.
Aurora sale al escenario y empieza a cantarle a Pastora en los sentidos, a lo que Pastora responde introduciéndose en el cante de Aurora con todo su braceo, contorneo y zapateado. Contribuye a la unión del cante con el baile, esa forma donde es imposible distinguir qué canta quién o quién baila a quién. En pocas palabras, asistimos a una fiesta gitana donde el cante baila y el baile canta.