Manuel Liñán triunfa con su MUERTA DE AMOR y pone al Teatro de la Maestranza en pie durante largos minutos
Qué bonito amar sin prejuicios. Sufrir de amor y reconciliarse consigo mismo. Encontrar a la persona amada y dejarla por otra. Vivir el momento con pasión porque “tía, así se baila mejor”. La compañía de Manuel Liñán deslumbró en la noche del domingo, 15 de septiembre, en el Teatro de la Maestranza con un llenazo que se convirtió en una ola de calor con largos minutos de aplausos. Los ojos se nos nublaron, de principio a fin, con claveles reventados, fruta colorá y pañuelos sugerentes, para terminar tornando al fucsia como planteamiento pasional.
Una coreografía in crescendo a cargo de Manuel Liñán, ayudado por un Ernesto Artillo también a cargo del vestuario: austeridad y transgresión al mismo tiempo, como el propio espectáculo. Y la música, no solo la guitarra de Francisco Vinuesa. Eso para empezar. La intervención de Mara Rey, imprescindible para llevar el amor a sus más altas consecuencias, a veces rozando lo grotesco, como la vida misma.
Un tributo al flamenco y a la copla, partiendo de los recuerdos y la tradición, para convertirlo todo en otro lenguaje, sin perder la gitanería. Manuel Liñán ama con generosidad y deja que cada uno de sus bailaores brille con luz propia. Alberto Sellés (con quien se marcó unas sevillanas de ensueño, porque a Sevilla se viene a soñar), Miguel Ángel Heredia (con buena voz para la copla, además de presencia para el baile); José Ángel Capel, David Acero y Ángel Reyes con sombrero cordobés; además del joven bailaor de Trebujena, Juan Tomás de la Molía, que emocionó hasta la médula con sus alegrías. Cada registro con su acompañamiento musical, a veces el violín de Víctor Guadiana, la guitarra o la percusión de Javier Teruel.
Con la más que destacada intervención al cante, de Juan de la María. Dejamos para el final un baile por soleá que nos levantó de los asientos y que se llevó los oles de toda la Bienal, con movimientos en los que Manuel Liñán se recoge y otros en los que se abre, para adentrarse en el terreno de las bulerías de Lebrija al compás de “omaíta, cómprame un pandero”, ya para los más aficionados. Y para terminar, no un fin de fiestas tradicional, sino una apoteosis por rumbas para seguir reivindicando el amor de cualquier manera.