El cantaor se acompaña de la guitarra de Antonio Moya en un recital escueto pero bien dispuesto de los cantes de Lebrija
Comenzar el recital con una ristra de letritas por soleá a nudillo, sobre una mesa improvisada en el local situado en la calle Parras de Sevilla, es cuanto menos interesante. El eco profundo, y aún así, insondable de Juan Bacán se concentra en el cuarto de aforo reducido del Allegro Ma Non Troppo.
Para continuar por fandangos marca de la casa. La casa es la de los Pinini, entre Lebrija y Utrera. Y a más atinar, la de los Bacán. Que en esta Bienal ha puesto bandera en el patio de los Reales Alcázares donde dio un recital memorable su hermana Inés. La primera tanda por bulerías, más normales, si se le puede llamar así a este ritmo acompasado imposible de reproducir desde el punto de vista folclórico y occidental. Toda esta primera parte precedida por una creación todavía en proceso de la guitarra de Antonio Moya.
La segunda parte más contundente. Las entradas de Antonio Moya dignas de concierto, largas, deleitándose. Respeto entre los artistas. La soleá viene ahora acompañada de las cuerdas y se identifica con Lebrija. El padre de Juan, Bastián Bacán, supo recoger y hacer su propio estilo de cante. La seguiriya de Juan suena a añejo. Cierra los ojos y se evade. El público es consciente de que este tipo de recitales no está en la programación oficinal de la Bienal. Solo para aquellos que sepan apreciar el cante gitano, el origen, la esencia.
La última parte por bulerías de Lebrija es pura improvisación, memorable. Su sobrino Bastián Bacán se suma a las palmas. El recuerdo de su hermano Pedro está en el ambiente. Hay baile espontáneo y se termina muy arriba, dignos de una herencia que se ha transmitido de generación en generación. Una sabiduría adquirida expuesta a paladares exigentes.