El hijo de La Perrenga participa en el ciclo de aficionados junto a Curro Vargas y se rebusca en la tragedia
Durante el recital del pasado jueves 21 de agosto de Juan Peña El Pajarito sentí lo que dice Terremoto sobre el cante gitano: «duele en otro lado».

“Yo tengo un hijo y yo no lo niego», así le escribo a El Pajarito con la letra por bulerías de su madre Pepa La Perrenga, cantaora gitana de tono bravío e indomesticable. Hablaba, dolía al golpe de compás del nuestro, antropología de La Cochina, cantaora de otra época, de aquí reviene esta familia cantaora.
Mientras el público se acunaba mediante el silencio de la noche, el hijo de La Perrenga se rebuscó en la tragedia del cante para revelar a los asistentes que estos aficionados sin presión ni reloj son de otro metal, que solo ellos saben expresarlo: soleá, taranto, alegrías, fandangos, seguiriyas y bulerías.
Juan en la seguiriya buscó un lugar donde refugiarse y descansar en paz, de donde no quiso irse, porque llamó a su hermano Pedro porque no sentía su calor. Desde el primer instante noté en Juan que llevaba una carga de historias para cantarlas. Se abrió la última habitación donde él deja dormir el duende… la soleá era el premonitorio.
Juan tenía una espina clavada de la pasada Caracolá por no poder expresarse con tiempo, y de la mano de Curro Vargas, guitarra que no se con qué se lava las manos para tocar así, dejó derramado su poderoso testimonio de su repertorio. A veces hay que dejarse arrastrar por su riqueza natural y ver el flamenco de otra manera, de la manera más genuina del gitano, que pasamos del sufrimiento de la pena negra al gozo de una fiesta por bulerías en un momento, en la azotea de la Peña Flamenca Pepe Montaraz. El Pajarito nos dejó firmado ese momento.


















Que buena harmonía entre la voz de Juan Peña El pajarito, la guitarra de Curra Vargas y las palmas de Jose Luis Vargas y Jose carrasco.