La cantaora lebrijana ofreció un recital indispensable para los que buscan saber sobre los orígenes y la esencia del flamenco
Sobrevivir es un milagro. No es tarea fácil. En los tiempos que corren, lo más fácil es abandonarse al público mayoritario, a la crítica y si me apuran, a los escenarios. Inés Bacán se mantiene firme y es capaz, ahí está su mérito, de llevar su verdad allí donde la quieran escuchar, ya sea una fiesta íntima, una modesta peña flamenca, un teatro en la Bienal de Flamenco de Sevilla o el mayor coliseo del mundo.
Inés canta para sí misma y expresa su estado anímico. Pero no solo el de ella, sino el de su familia cantaora y la historia de un pueblo. Es una historia de persecuciones y de sufrimiento. Inés Bacán es una luchadora y en toda su vida no ha hecho más que sobrevivir. Por eso nadie canta como ella. Por eso, nosotros, el público que la escucha, no tenemos más que agradecerle que sea capaz de traernos al escenario esa especie de inmortalidad.
Porque eso es el flamenco. Eso lo cuenta Inés Bacán con su voz, con los tonos imposibles de asimilar y con el compás. “Yo juego con la estructura del cante”, nos contaba sabia, erudita, unos minutos antes. Y el milagro es que maneja como una experta la estructura del cante sin perderse de compás. Y el milagro también es que divide las tonalidades sin desafinar. Lo hace con la sabiduría que le ha dado su memoria. Y por eso es única, por eso quedan muy pocos como ella, por eso es una clara superviviente.
Inés Bacán ofreció en la XXI Bienal de Flamenco de Sevilla de este año 2020 al que todos queremos sobrevivir, un recital magnífico, largo en diversidad de cantes, que muestra la riqueza musical de su legado. A los cantes más familiares le añadió dos composiciones nuevas de su hijo José Bacán, una dedicada al sufrimiento de los gitanos durante el holocausto, un tema que no solo no aparece en los recitales de flamenco, ni siquiera en los libros de historia. Y la Nana del Mar, en la que mece con su cante la cunita de coral.
Soberbia en la seguiriya, en la que llora sus penas. Maestra en la soleá. Inés Bacán estuvo acompañada en todo momento de la guitarra solícita de Eugenio Iglesias y para algunos cantes requirió la melodía del violín de Bernardo Parrilla, virtuoso especialmente en los tientos y en las bulerías. Unas bulerías cantadas al compás jerezano de Chicharito y Rafael Moreno, así como de su sobrino Vicente Peña.
La ovación fue tremenda. Inés Bacán tuvo que salir por dos veces al escenario, a pesar de que esta pandemia nos tiene algo retraídos. Con un ramo de rosas rojas entre los brazos, se despidió con un martinete, uno de los cantes más arcaicos del repertorio. Después volvió por bulerías, ya improvisadas, ya a pie de escenario, ya para rematar un recital que hace digna a la Bienal de Flamenco de Sevilla y al patrimonio universal.