La cantaora lebrijana crea un espacio único a su alrededor realmente difícil de descifrar pero indispensable
La malvaloca, toítas las flores del año, las penas cuando son muy grandes… tus cabellos y los míos, la zarzamora, los colegiales, el hospitalito del rey, un lucerito en el aire… las fatigas de los gitanos, una casita de polvo y arena, un pajarito en la alameda que pasa de un árbol a otro… todo este universo se va enredando en la voz de la cantaora Inés Bacán mientras desgrana cante tras cante.
Para aquellos que dicen que el flamenco nació hace doscientos años. Me temo que en cuatro generaciones no se crea este universo tan mágico de medios tonos y compases cruzados. Inés Bacán es gitana de azúcar cande. La cultura flamenca la ha heredado de generaciones anteriores, como hicieron sus antepasados. Cuando canta se sobrecoge y entra en su propio universo. Muy pocos tienen acceso a este cosmos natural de caminos que se entrecruzan por la mañanita temprano. Hay que tener el corazón muy abierto y el oído superdotado para llegar a entender. Qué poquito más hace falta para alcanzar la evidencia cuando está Inés cantando.
En la #58Caracolá, Inés Bacán estuvo acompañada de la guitarra que la entiende de Antonio Moya. Empezó por fandangos cuando éstos se arriman a la campiña del Bajo Guadalquivir y lo hacen por soleá; ahí ya se situó la cantaora en el centro de su árbol genealógico. Las cantiñas de Pinini, también marca de la casa. Sigue por tientos reivindicando el cante gitano como ella sabe hacerlo, con la musicalidad. Por soleá, la seguiriya monumental a la que le hemos dedicado artículo aparte y final por tonás, a petición del público.