La jerezana ofrece un repertorio atrevido y con mucha fuerza escénica en la Bienal de Flamenco de Sevilla
El águila imperial puede alcanzar una dimensión de más de dos metros de envergadura. La joven cantaora María Terremoto desplegó sus alas el pasado 13 de septiembre en la Bienal de Flamenco de Sevilla y voló alto sobre esta ciudad que exige algo diferente y a la vez añora la esencia y la naturalidad.
Lo cantó bien alto por fandangos: “Me critica a mí la gente, por Dios que no entiendo ná“. Porque como animal salvaje en peligro de extinción ofreció un recital rotundo y temerario, resuelto y valiente, se paseó reinando por el escenario, con gracia en el baile, renunció a la silla de enea y a la guitarra, abordó palos inusuales y de muy diferentes registros, se dejó escoltar por coros y por su compás incondicional y, principalmente caminó de la mano con la energía y el ímpetu del piano de Pedro Ricardo Miño, que la acompañó en sus momentos estelares.
Los momentos más emotivos se sucedieron uno tras otro: la recuperación de la farruca y el cante por marianas sorprendió gratamente (que salga la luna y el sol), por abandolaos, por peteneras, apoyada sobre el negro de su traje y el piano de Ricardo Miño. Los tangos se los bailó con arte ya desprovista del calzado. Por cierto, magnífico vestuario de la diseñadora Pilar Rubio. Tras un solo vehemente y apasionado de Pedro R. Miño, la cantaora aparece vestida de blanco arropada por el Coro del Ateneo de Sevilla y con la caña eleva el tono de la noche recordando otras grandes producciones flamencas. Unas alegrías al límite, único cante sentada, con los Makarines de coro y el apoyo de Manuel Valencia y Juan Diego Valencia a las palmas.
Momento sobresaliente con su compañera de cante Anabel Valencia. Se quieren y se admiran. Ambas cantaoras interpretan Mi Condena, el cante por galeras de El Lebrijano que desgarra y subleva a quien lo entiende. “Que vivan los gitanos” se le escapa a María Terremoto como en un suspiro y las dos gigantes se abandonan en un abrazo fraterno.
Hay tiempo para más. María se sienta en el piano y dedica una canción a su padre Fernando Terremoto que la estará disfrutando desde el cielo. Los mencionados fandangos y un final cortito por bulerías. Casi dos horas de espectáculo flamenco frente a las adversidades. Cantó de gloria María Terremoto, y eso es lo que vale.