María del Mar Moreno, con la H de hondura

El espectáculo de la Bailahora jerezana cierra el Festival de Flamenco de Jerez de la Frontera 2023

“Besitos para LebrijaFlamenca y a ver si se acuerdan de mí para la Caracolá, en tus manos  lo dejo”. María del  Mar Moreno en las escaleras del camerino. La noche del sábado 11 de marzo se clausuró el Festival de Jerez en el Teatro Villamarta con las manecillas del reloj marcando su hora prevista, 8 y media de la tarde noche, y ya van 27 ediciones.

Dijo Lorca que para buscar el duende no hay mapa ni ejercicio, pero creo que sí hay lugares en el mapa donde puedes encontrarlo, que aparezca como rayo divino… no se busca, solo surge. Pero si hay cuna flamenca, en cualquier momento puede tirar las sillas por alto, y ese lugar es Jerez de la Frontera. Fui a buscar su anochecer del sábado.

El espectáculo “BailaHora” era la ocasión. La H había que buscarla: hondura, hermosura, hulmidad… La Moreno era la elegida. Su espectáculo del cierre del festival, quien mejor que ella, una musa del baile de pena negra que dibuja en el escenario la tragedia y el roto del cante, toque y baile solo con la mirada, y cuando se rompe a bailar la H se escribe con mayúscula, y la dejó escrita en esta edición.

Se presentó con el  cante de Antonio Malena y David Lagos, las guitarras de Alfredo Lagos y de su hermano Santiago Moreno y el baile de Andrés Marín, Premio Nacional de danza 2022. Como decía el poeta y novelista alemán Goethe, “podía surgir un poder misterioso que todos lo sienten y que pocos lo explican”.

Con más de 35  años de idas y venidas en tierras flamencas y unos 22 años con su propia fragua del baile, María llegó al Villamarta con su décimo espectáculo en este festival. Para mí un atrevido contratiempo con Marín y toda una hazaña en su casa. Y como dice ella “mi historia con Andrés es tradición y vanguardia que se dan la mano, cuando la esencia es la misma, lo auténtico y verdadero”. Con un teatro lleno y a sus pies, porque ella sí es profeta en su tierra. “Cuando hay verdad no hacen falta etiquetas”, dice la Moreno.

La maestra jerezana de investigación del estudio lingüístico del lenguaje del cante flamenco salió de negro luto entre las luces de las sombras por una amalgama de compases de 6/8 y 3/4 en forma sencilla, triste y melancólico momento bajo la voz de David y la sonanta de Alfredo por petenera.

Hay que decir que el juego de luces del espectáculo es de otra dimensión, enfoques de unos retratos de soníos negros de cada artista que hacía que el espectador no soltara el hilo de la historia que se estaba contando. “Cuando hay entrega, jondura y verdad la forma no es importante”, nos cuenta María del Mar.

Después apareció el Premio Nacional de Danza del año pasado Andrés Marín bajo las sombras y dibujando en aquella luz tenue lo que el cantaor David  Lago le rezaba por saeta, y Alfredo seguía de escudero.

Las entradas y salidas de los artistas a dúo se acompañaban ellos mismos de sus sillas, las neas marcaban el signo de la guitarra de Santiago por seguiriya, del Malena, plañidero y sombrío quejío: “omaíta donde estás metía que a voces te estoy llamando”. Y el semblante de la pena negra de María le dio cobijo a ese momento, maestría y fuera de lo común, porque es dolor todo aquello.

Después le cantaron a dúo Antonio y David al bailaor. Andrés en una esquina ataviado de sombrero de alas y un instrumento en el pecho, con movimientos métricos de sus manos y con el compás de los pies que acercaba a los acentos vanguardistas y tradicionales.

Hubo algún momento que se notó en el ambiente que lo vanguardista del espectáculo había que digerirlo, y yo el primero, pero como mi dice mi admirada María habían de darse la mano los dos estilos, porque hay verdad, comparten raíz.

Las voces del espectáculo, tanto Antonio y David, nos deleitaron a continuación por polo, tientos, tangos, soleá y esos sones por bulerías. Y La Moreno entre hábitos y hábitos flamencos era la llamada de los asistentes. Hubo una parte donde la bailahora tenía que echar fuera la pena e interpretó unos versos agarrándose a las tripas. Porque es cal viva, es sonío negro, tiene memoria viva, quiere mucho al cante, pertenece a las mujeres de cal y cante, es libertad, es Jerez Puro, y ante todo es la frase de Goethe: “lo que pueda hacer, o sueñes que puedas hacer, empiézalo”.

BailaHora es una obra donde conviven dos estilos sin hacerse daño, al contrario, se alimentan… “no hay cosa más vanguardista que bailar por seguiriya o soleá con una guitarra y un cante”, dice Maria del Mar Moreno, la musa de Jerez Puro.

Fotografías de Tamara Pastora cedidas por el Festival de Jerez:

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María del Maro Moreno en el Festival Flamenco de Jerez 2023_Foto Tamara Pastora


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María del Maro Moreno en el Festival Flamenco de Jerez 2023_Foto Tamara Pastora



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María del Maro Moreno en el Festival Flamenco de Jerez 2023_Foto Tamara Pastora



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María del Maro Moreno en el Festival Flamenco de Jerez 2023_Foto Tamara Pastora


La verdad flamenca del mito de nuestra Medea

Dirección y guión de Pilar Távora con la batuta jerezana de la bailaora María del Mar Moreno

Hay mitos y leyendas desde el Mediterráneo al Atlántico, por el sur de Europa, que están en un pozo sombrío, sedimentado, cristalizado… pero nunca olvidado (ejemplo lo que ha hecho Pilar Távora). Y si les das una degustación a Lebrija, a Jerez, a Triana, a los Puertos, a la Alameda de Hércules (ay, tengo sangre en la boca), así los podemos disfrutar los apasionados de este lenguaje tan nuestro como es el flamenco.

Pilar Távora rebuscó en esas aguas históricas, errantes… y tejió de su espacio infinito de interpretación a una mujer de las entrañas de la tierra griega para aflamencarla y presentarla al mundo en Sevilla, en el Lope de Vega fue donde se fundió el lamento con el quejío, el desafío del desamor con el desgarro de la infidelidad. Hubo tanta verdad en las tablas que conmocionó hasta lo más hondo, y precisamente la jondura y  la pureza nos marcó el territorio del flamenco sin fronteras, relojes paraos, hasta que volvió a sonar el llanto de “nuestra Medea”. Crucé con Juan Diego Carrasco el horizonte griego, pero con la negrura de la mismísima memoria.

Nada más entrar en ese paraíso de Teatro me encontré a uno de los Hijos Predilectos de Iulia Romula Hispalis, que en lenguaje latín es Hispalis, al mismísimo Salvador Távora. Quería hablar con él y escuchar su sabia. Le dije que era de Lebrija, que pertenecía a la Hermandad de los Gitanos y que este año estamos celebrando los 50 años de su reorganización y que su nombre está escrito en Lebrija y sobre todo en nuestra Hdad por el pregón que martilleó un año en Semana Santa. Su respuesta la dejo aquí: “Fue un pregón muy bonito y emotivo y todavía lo conservo con cariño”. ¡Olé tú Salvador!

Ya desde aquí comencé a sentir los verbos del flamencos. Empecé a bajar lentamente por las entrañas de la oscuridad del teatro hasta sumergirme en lo trazado por esas seis mujeres, entre actrices y bailaoras, que contaban la historia con diferentes puestas en escena. P’a arrancar las butacas de cuajo, ole joé! Entre baile con alegría y dolor, ante la desgracia, ante la traición, con un lenguaje de guión de exclamación, ausencias, lamentos, eco de pena negra… y que sirva toda esa grandeza de escenas desde el principio hasta el final, entre esas rejas agarradas todas ellas y María cantando por seguiriya para parar a esa fiera perversa de la violencia de género y del desamparo de los refugiados que mueren en casa de papel.

Me fui a Sevilla para degustar pureza y la verdad en una obra. Una gran mujer hasta convertirse en una hechicera desengañada por su marido, mata a sus hijos, mata a la princesa con la que se iba a casar su marido…y más y más. Y no me equivoqué: Medea se tejió, se trazó y se trenzó su propia tragedia para que Pilar y María fraguaran “nuestra Medea”, la verdad flamenca de un mito.

Esas seis mujeres me trazaron el guión. Pero ahora había que comprender lo que la bailaora jerezana quería trenzar con Medea, una hechicera traicionada, con diferentes signos y señales vengativos de infidelidad. Pilar y María hicieron con “nuestra Medea” penetrar a aquel patio de butacas casi llenas una atmósfera de éxito bajo un ensordecedor ruido de palmas largos y con un mensaje: ¿Ya se acabó “nuestra Medea”?

Y dirán ustedes, ¿pero qué se fraguó allí? María del Mar Moreno, con su alta torre de bailaora flamenca, cogió su batuta, buscó los compases negros sin disimulo del nieto de  Magdalena Amaya Cortés (la Malena), Antonio, y esa puesta en escena por seguiriya cuando Medea lloraba a sus hijos y Antonio vaya como se quejó, ¡vaya manera de enterrar a los muertos, Medea! ¡Ole ustedes!Y otro momento que me fui herido fue el desafío entre Medea y su marido Jasón (Jesús Herrera). Bailando y echándose en cara la traiciones y advirtiéndole de sus signos y señales de hechicera. Me gustó muchísimo esas sombras oscuras y ocultas de Jesús en sus escenas. También el final: todos subidos en esa escalera de trípode bajo la melodía de una nana de Antonio y Mohamed.

Pero la batuta jerezana no tiene límite. Todo debía ser coordinado y organizado para que esta tragedia sea siempre recordada por su resaltar de todos los verbos del flamenco. Y lo han conseguido Pilar y María, desde la composición musical que era genial, te remetía en ese guión, las dos voces de mujeres (Zaira y Lela) con tejido de nuevos aires, pero de oscura llama; la voz de Mohamed Amine que le dió más de universal a lo ocurrido en Corinto en el siglo V (antes de Cristo) y el colorido de las escenas sublime, el sonido quebradizo como el llanto de una fragua. Enhorabuena y felicidades a toda esa gran familia artística de Medea, y acabo con una frase de Pilar Távora: “Pongo el riesgo que el arte debe correr cuando no se crea para complacer, sino para combatir a través de la sensibilidad y de lo que te duele y te sacude por dentro”.