La verdad flamenca del mito de nuestra Medea

Dirección y guión de Pilar Távora con la batuta jerezana de la bailaora María del Mar Moreno

Hay mitos y leyendas desde el Mediterráneo al Atlántico, por el sur de Europa, que están en un pozo sombrío, sedimentado, cristalizado… pero nunca olvidado (ejemplo lo que ha hecho Pilar Távora). Y si les das una degustación a Lebrija, a Jerez, a Triana, a los Puertos, a la Alameda de Hércules (ay, tengo sangre en la boca), así los podemos disfrutar los apasionados de este lenguaje tan nuestro como es el flamenco.

Pilar Távora rebuscó en esas aguas históricas, errantes… y tejió de su espacio infinito de interpretación a una mujer de las entrañas de la tierra griega para aflamencarla y presentarla al mundo en Sevilla, en el Lope de Vega fue donde se fundió el lamento con el quejío, el desafío del desamor con el desgarro de la infidelidad. Hubo tanta verdad en las tablas que conmocionó hasta lo más hondo, y precisamente la jondura y  la pureza nos marcó el territorio del flamenco sin fronteras, relojes paraos, hasta que volvió a sonar el llanto de “nuestra Medea”. Crucé con Juan Diego Carrasco el horizonte griego, pero con la negrura de la mismísima memoria.

Nada más entrar en ese paraíso de Teatro me encontré a uno de los Hijos Predilectos de Iulia Romula Hispalis, que en lenguaje latín es Hispalis, al mismísimo Salvador Távora. Quería hablar con él y escuchar su sabia. Le dije que era de Lebrija, que pertenecía a la Hermandad de los Gitanos y que este año estamos celebrando los 50 años de su reorganización y que su nombre está escrito en Lebrija y sobre todo en nuestra Hdad por el pregón que martilleó un año en Semana Santa. Su respuesta la dejo aquí: “Fue un pregón muy bonito y emotivo y todavía lo conservo con cariño”. ¡Olé tú Salvador!

Ya desde aquí comencé a sentir los verbos del flamencos. Empecé a bajar lentamente por las entrañas de la oscuridad del teatro hasta sumergirme en lo trazado por esas seis mujeres, entre actrices y bailaoras, que contaban la historia con diferentes puestas en escena. P’a arrancar las butacas de cuajo, ole joé! Entre baile con alegría y dolor, ante la desgracia, ante la traición, con un lenguaje de guión de exclamación, ausencias, lamentos, eco de pena negra… y que sirva toda esa grandeza de escenas desde el principio hasta el final, entre esas rejas agarradas todas ellas y María cantando por seguiriya para parar a esa fiera perversa de la violencia de género y del desamparo de los refugiados que mueren en casa de papel.

Me fui a Sevilla para degustar pureza y la verdad en una obra. Una gran mujer hasta convertirse en una hechicera desengañada por su marido, mata a sus hijos, mata a la princesa con la que se iba a casar su marido…y más y más. Y no me equivoqué: Medea se tejió, se trazó y se trenzó su propia tragedia para que Pilar y María fraguaran “nuestra Medea”, la verdad flamenca de un mito.

Esas seis mujeres me trazaron el guión. Pero ahora había que comprender lo que la bailaora jerezana quería trenzar con Medea, una hechicera traicionada, con diferentes signos y señales vengativos de infidelidad. Pilar y María hicieron con “nuestra Medea” penetrar a aquel patio de butacas casi llenas una atmósfera de éxito bajo un ensordecedor ruido de palmas largos y con un mensaje: ¿Ya se acabó “nuestra Medea”?

Y dirán ustedes, ¿pero qué se fraguó allí? María del Mar Moreno, con su alta torre de bailaora flamenca, cogió su batuta, buscó los compases negros sin disimulo del nieto de  Magdalena Amaya Cortés (la Malena), Antonio, y esa puesta en escena por seguiriya cuando Medea lloraba a sus hijos y Antonio vaya como se quejó, ¡vaya manera de enterrar a los muertos, Medea! ¡Ole ustedes!Y otro momento que me fui herido fue el desafío entre Medea y su marido Jasón (Jesús Herrera). Bailando y echándose en cara la traiciones y advirtiéndole de sus signos y señales de hechicera. Me gustó muchísimo esas sombras oscuras y ocultas de Jesús en sus escenas. También el final: todos subidos en esa escalera de trípode bajo la melodía de una nana de Antonio y Mohamed.

Pero la batuta jerezana no tiene límite. Todo debía ser coordinado y organizado para que esta tragedia sea siempre recordada por su resaltar de todos los verbos del flamenco. Y lo han conseguido Pilar y María, desde la composición musical que era genial, te remetía en ese guión, las dos voces de mujeres (Zaira y Lela) con tejido de nuevos aires, pero de oscura llama; la voz de Mohamed Amine que le dió más de universal a lo ocurrido en Corinto en el siglo V (antes de Cristo) y el colorido de las escenas sublime, el sonido quebradizo como el llanto de una fragua. Enhorabuena y felicidades a toda esa gran familia artística de Medea, y acabo con una frase de Pilar Távora: “Pongo el riesgo que el arte debe correr cuando no se crea para complacer, sino para combatir a través de la sensibilidad y de lo que te duele y te sacude por dentro”.

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